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domingo, abril 22, 2012

Paul Groussac y las Islas Malvinas.

La usurpación de Malvinas y las reclamaciones argentinas, según Paul Groussac

El 2 de abril de 1982, la Argentina tomó posesión de las Islas Malvinas, territorio usurpado por los ingleses en 1833. La ocupación dio comienzo a una guerra que concluiría poco más de dos meses más tarde -el 14 de junio de 1982- con la derrota del Ejército argentino, más de 650 muertos del lado argentino y más de 250 muertos, de las fuerzas armadas inglesas. Reproducimos a continuación algunos fragmentos de un libro de Paul Groussac, originalmente publicado en el tomo VI de los Anales de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, aparecidos en marzo de 1910, en donde el historiador de origen francés expone las diversas reclamaciones por parte de los distintos gobiernos argentinos a lo largo del siglo XIX ante la usurpación inglesa.

 Fuente: GROUSSAC, Paul, Las islas Malvinas. Buenos Aires, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Secretaría de Cultura, 1982 


Ubicación de las islas Las Islas Malvinas o Falkland, que Inglaterra se apropiaba por la violencia el 2 de enero de 1833, expulsando a las autoridades argentinas, ocupan, al este de la costa patagónica, esta situación notable: el paralelo que pasa por Puerto Gallegos (51º 33’), capital de la gobernación de Santa Cruz, y el meridiano de Buenos Aires (58º 21’ Gr.) se cortarían, más o menos, en el centro de la isla principal. En otras palabras: el grupo entero, compuesto como se sabe, de dos grandes islas rodeadas de una centena de isletas, podría inscribirse en un trapecio cuyas dos bases corresponderían a los paralelos de Cala Coig y del Cabo de las Vírgenes, y los costados convergentes, a los meridianos de Pringues y de Dolores, en la provincia de Buenos Aires. He aquí, por cierto, datos que no nos sacan de nuestra tierra, y que parecen confirmar los de la geología y la botánica, las que hacen de las Islas Malvinas una dependencia natural de la Patagonia. Las explicaciones inglesas ante la usurpación En enero de 1834, casi en el aniversario del atentado, lord Palmerston, Secretario de Negocios Extranjeros en el Gabinete de lord Grey, después de haber dejado siete meses sin contestar la protesta del ministro argentino Manuel Moreno, se dignó dar una fría explicación (pretendida consecuencia de documentos de la antigua negociación española) que terminaba expresando el deseo de que el gobierno de las Provincias Unidas se diera por satisfecho y dejara de discutir los derechos soberanos de S.M. sobre las islas Falkland. Esta primera explicación continúa siendo la última. La protesta de 1888 por la ocupación ilegítima de las Islas Malvinas …la protesta oficial contra el acto de violencia de 1833 y la ocupación ilegítima de las Malvinas, se ha hecho oír y no ha variado. Una de las más recientes data de 1888 y se resume en esta declaración final y categórica del Sr. Quirno Costa, dirigida al encargado de Negocios británicos: “Servíos transmitir al Secretario de Negocios Extranjeros, que la negativa del gobierno de S.M.B. a discutir sus pretendidos derechos a la soberanía de dichas islas, o de someter el litigio a un arbitraje, no compromete absolutamente los títulos del gobierno de la República, el cual mantiene y mantendrá siempre sus derechos a la soberanía de las Malvinas, de los que fue desposeída por la violencia y en plena paz” (cita Memoria de Relaciones exteriores presentada en 1888, pág. 160) . …documentos oficiales establecen la presencia ininterrumpida de las autoridades españolas en la Patagonia y sus dependencias, hasta la última hora del Virreinato. Inútil es decir que se pensó poco acerca de las Islas Malvinas durante las guerras de la independencia sudamericana. Sin embargo, ésta no había terminado aún cuando el gobierno de Buenos Aires recuperaba Puerto Soledad enviando allí la fragata Heroína, cuyo comandante, David Jewitt, debía también asumir el mando del archipiélago. La nueva toma de posesión se efectuó con las formalidades ordinarias y –detalle significativo, consignado por Vernet 2- en presencia del célebre navegante inglés James Weddell, que había recalado en las Malvinas durante su primer viaje antártico. Jewitt encontró los parajes infestados de balleneros ingleses y americanos, que destruían no solamente los anfibios de estos lugares sino también los animales salvajes del interior. Trató de remediar esto y, por una circular del 9 de noviembre de 1820, comunicó el nuevo orden de cosas a los gobiernos extranjeros 3. El comandante don Pablo Areguaty le sucedió en 1823; este mismo año, el gobierno del general Rodríguez otorgaba a don Jorge Pacheco, “como premio a sus servicios”, treinta leguas de tierra en la isla Soledad, con derecho exclusivo de pesca. Una primera tentativa de colonización, no tuvo éxito. Algunos años más tarde, por decreto del 8 de enero de 1828, toda la isla Statenland y toda la Soledad exceptuando, además de la concesión anterior, diez leguas cuadradas atribuidas al fisco, eran adjudicadas libremente por el gobierno (la validez del acto es discutible) al comerciante hamburgués D. Luis Vernet, siempre con derecho exclusivo de pesca por veinte años, con la condición de fundar allí una colonia en un lapso de tres años. No es dudoso que el concesionario Vernet se puso valientemente a la obra y agotó allí sus recursos. Se organizaron expediciones; varias docenas de colonos, algunos con sus familias, vinieron directamente de Europa o fueron embarcados en Montevideo, provistos de ganado y útiles de labranza y pesca. Las pampas de Buenos Aires proporcionaron gauchos para la ganadería y hasta indígenas patagones. Transcurridos menos de dos años. La colonia contaba una centena de personas, más o menos estables, incluidos los balleneros y sealers de toda procedencia, los empleados europeos y algunos esclavos de Vernet. Los primeros tiempos fueron particularmente difíciles; era la pesca poco productiva por causa de la competencia de pescadores extranjeros, más expertos o mejor equipados. Los colonos reclamaron una embarcación de guerra y un puesto militar para hacer observar los reglamentos. ¡Las sombras de gobiernos, de un mes o de una semana, que se sucedían en Buenos Aires, tenían preocupaciones bien diferentes! En fin, Vernet atrapó al vuelo el rápido interinato de este mismo general Rodríguez a quien hemos visto interesarse por la colonia, para obtener una reorganización del territorio 4, del cual era nombrado, ese mismo día, comandante político y militar con plenos poderes sobre la extensión de su dependencia y algún armamento para pasar, llegado el caso, de la teoría a la práctica. Entonces Vernet decidió establecerse en Puerto Luis con su joven esposa, nacida en Buenos Aires, y una familia alemana que lo acompañaba. Un oficial de la marina inglesa, ha dejado del distante home un bosquejo agradable y profundo, que en nada se parece al nido de filibusteros imaginado por los merodeadores yanquis, indudablemente según sus propias maneras de ser 5. Gran Bretaña protesta por la proclamación argentina del derecho sobre las Islas Malvinas Apenas conocido el decreto 6, Mr. Woodbine Parish, encargado de Negocios de S.M.B., se apresuró a informar a su gobierno, quien le ordenó reclamar contra una medida administrativa que atacaba “los derechos de soberanía ejercidos hasta entonces por la Corona de la Gran Bretaña”. La protesta formal data del 19 de noviembre de 1829. En su aviso de recibo, el general Guido, ministro de Relaciones Exteriores en la efímera administración de Viamonte, mostraba al gobierno provisional muy ocupado en considerar “con particular atención” la nota de Mr. Parish, haciéndole entrever una resolución que no podía tardar. Para quien conoce estas horas de turbación y de calamidades, en las que el país parecía librado a gobernantes atacados del vértigo, lo asombroso no consiste en que la repuesta se haya hecho esperar, sino en que el ministro del día haya tenido tiempo de anunciarla. La protesta cayó en el vacío; al cabo de ocho días ya nadie se acordaba, y la situación habría podido eternizarse si inesperadamente no hubiera sobrevenido un “tercer ladrón” que provocaba, dos años después, una solución imprevista. Vernet captura tres embarcaciones americanas que cazaban ilegalmente en la región, pero llega a un acuerdo extraño La investidura del comandante Vernet no había tenido la virtud de cortar por lo sano el merodeo marítimo y terrestre. Ni órdenes ni amenazas impedían en modo alguno, a los barcos pesqueros, afluir a las costas de las pequeñas o grandes Malvinas. Vernet se decidió a proceder con rigor. Con algunos días de intervalo (agosto de 1831) capturó las tres embarcaciones americanas, Breakwater, Harriet y Superior, que hacían cargamento en Puerto Salvador, al nordeste de Soledad; la flotilla, por otra parte, desde larga data frecuentaba estos parajes, y la reincidencia estaba ampliamente establecida. Habiendo conseguido la goleta Breakwater escaparse y ganar su puerto de partida (Stonington, Connecticut) 7, Vernet tenía que dictaminar sobre la suerte de las otras dos y, de golpe, apareció el inconveniente de su doble oficio. Bajo el funcionario despertó el comerciante; Vernet colgó su uniforme y entró en arreglos con los capitanes de los barcos capturados. Según cierto contrato incluido en el proceso, entre los capitanes Davison y Congar de una parte y don Luis Vernet, director de la colonia Soledad de otra, habría sido convenido que sólo la Harriet, muñida de los papeles de la Superior, iría a Buenos Aires para comparecer allí ante el Tribunal de Presas, mientras la Superior, capitaneada por Congar, iría a pescar focas al sur, a medias con el mencionado Vernet… Este acuerdo entre el gendarme y el cazador furtivo, bajo el sello del juramento y con la retractación estipulada, nos parece a la distancia un poco extraño. (…) La goleta Harriet partió de Soledad para Buenos Aires, en noviembre de 1831, llevando a bordo a don Luis Vernet y a su familia. Davison la comandaba… Apenas llegada a Buenos Aires (19 de noviembre), la embarcación tomada fue puesta a disposición del Capitán del Puerto para la instrucción del sumario, mientras Davison se quejaba, exponiendo los hechos a su manera, ante el cónsul americano George W. Slacum 8, de quien no se podría decir, sin calumniarlo, que le faltaban entrenamiento e integridad. Él ajustó el negocio prontamente, el 21, obligando al gobierno, como principio, a declarar si mantendría la presa; después, con la respuesta afirmativa del ministro Anchorena, pronunció al día siguiente la sentencia –consular- que denegaba al gobierno argentino toda jurisdicción sobre las Islas Malvinas, la Tierra del Fuego y sus dependencias y, por consiguiente, toda autoridad para restringir ni aun en lo más mínimo los derechos de pesca y otros, de los ciudadanos libres de los Estados Unidos (!) 9. El excelente Slacum podía proceder a su gusto: sabía que la corbeta de guerra Lexington, destacada de la escuadra americana fondeada en el Brasil, estaba anclada en Montevideo, no esperando más que un llamado para intervenir. Arribaba, en efecto, el 30 de noviembre y, después de los saludos reglamentarios, su comandante Silas Duncan hacía trasmitir al gobierno el propósito de pasar a las Malvinas, “para protección de los ciudadanos y el comercio de los Estados Unidos para ser juzgado…”. Esto era una simple provocación, tan despreciable en el fondo como grosera en la forma; el héroe barato debió contentarse con embarcar, en lugar de Vernet, al patrón Davison, a quien sustrajo a los jueces de Buenos Aires para servirse de él como espía en Puerto Soledad. La destrucción de la colonia de Puerto Soledad por una flota estadounidense El 28 de diciembre de 1831, la Lexington arribó a Puerto Soledad. Todos los testigos declaran que había enarbolado, para mejor perpetrar sus hazañas, el pabellón francés, lo cual se aproximaría, mucho más que los actos de Vernet, a ciertos casos piráticos 10. Antes de desembarcar, el comandante Duncan atrajo a bordo, bajo algún pretexto, a los dos principales empleados de Vernet, retuvo allí prisionero al director de pescas, Mateo Brisbane, soltó al agente comercial, Enrique Metcalf. Hecho esto, el comandante Duncan descendió armado y procedió primeramente, con cierto método, a inutilizar los cañones, a incendiar el polvorín, a destruir el armamento; luego, sin mala intención, se divirtieron –casi risible- en saquear un poco las casas (no se trata de robos), después, en dar caza a los animales salvajes. Cerca de dos años más tarde, Fitzroy, cuyo testimonio no es sospechoso, volvió a encontrar todavía las huellas evidentes del pillaje. Además, se hizo transportar a bordo de la goleta Dash, que se encontraba allá, el cargamento de pieles secuestrado y que Davison, presente, declaró pertenecerle. En cuanto volvieron los balleneros americanos reunidos, fueron fijados carteles que anunciaban la ruina definitiva de la colonia. Todos los colonos que no pudieron huir al interior, fueron molestados; los que se resistían, molidos a golpes. Algunos testigos han denunciado excesos más graves; pero no parecen probados. Se adivina el pánico. Varios colonos, desanimados, se embarcaron sin pensar en un posible regreso. En fin, después de haber detenido a casi todos los habitantes, el heroico Duncan no retuvo prisioneros más que a seis argentinos y al comerciante inglés Brisbane, al que engrilló –según declaraciones unánimes- y llevó así a Montevideo 11. He aquí en qué términos, breves pero expresivos, el comandante de una corbeta se dirigía al gobierno de un país libre, confesando altamente su atentado e imponiendo las condiciones de clemencia: “A. S.E. el Señor Ministro de Negocios Extranjeros de Buenos Aires: Surto en Montevideo, febrero 21 de 1832 Señor: Debo decir a Ud. que entregaré o pondré en libertad a los prisioneros existentes a bordo de la Lexington, dando el gobierno de Buenos Aires una seguridad de que han obrado bajo su autoridad. Tengo el honor, etc. Silas Duncan”. Francis Baylies, un nuevo encargado de negocios norteamericano, llega a Buenos Aires Esto no había terminado. Después de Duncan, que iba a calmar en su casa su gran cólera, y de Slacum, a quien el ministro García debió retirar el exequátur (14 de febrero de 1832), entra en escena el encargado de negocios Francis Baylies para tener allí el empleo vacante de matasiete 12. Es preciso reconocer que éste tampoco hizo languidecer el asunto. Llegado el 8 de junio en la corbeta de guerra Peacock, desembarcó el 9 con su familia, presentó el 15 sus credenciales y el 20 abrió el fuego. Su misión oficial se limitaba, según confesión misma de su gobierno, a la apertura de una encuesta sobre el incidente de las Malvinas y al examen de los derechos invocados por el gobierno de Buenos Aires 13. Será suficiente citar la frase inicial de su primera nota, para mostrar cómo entendía esta misión y con qué espíritu iba a cumplirla. “Buenos Aires, junio 20 de 1832 “El infrascripto, encargado de Negocios de los Estados Unidos de América cerca del Gobierno de Buenos Aires, tiene el honor de informar a S.E. el ministro de Gracia y Justicia, encargado provisionalmente del departamento de Relaciones Exteriores, que tiene órdenes para llamar la atención de este gobierno sobre ciertos procedimientos de don Luis Vernet, quien pretende, en virtud de un decreto de este gobierno, de fecha 10 de junio de 1829, ser “Gobernador civil y militar de las Islas Malvinas, etc.” 14 “No contento con despojarlos (a los pescadores de focas) y tratarlos como esclavos, Vernet ha colmado la medida de humillaciones, reduciendo a estos ciudadanos americanos a un grado de envilecimiento moral tan bajo como el suyo propio, etc.” 15. Habiéndose permitido el ministro Maza, en su aviso de recibo, expresar cierta sorpresa por estas maneras diplomáticas, el hombre de Massachussets volvió a la carga el día siguiente y puso al ministro en el apremio de declarar, en el más breve plazo, si el gobierno de Buenos Aires aun persistía en atribuirse derechos sobre las Malvinas, después que el de Estados Unidos los había denegado. Con todo, ante el silencio de su interlocutor, Baylies se resignó a imitarlo durante dos semanas; pero esto fue para elaborar un largo memorial históricojurídico…en el cual el abogado oficioso, después de haber transcripto complacientemente la protesta de Mr. Woodbine Parish, infería el mejor derecho de la Gran Bretaña. El ministro Maza eleva la protesta a Washington y protesta ante Francis Baylies El ministro Maza…bien resuelto esta vez a llevar las cosas al extremo, comenzó el 8 de agosto por descartar al intermediario y llevar la cuestión ante el Ministro de Estado de Washington, en una exposición completa y firme de los derechos y agravios argentinos. Hecho esto, después de algunos días de descanso, se volvió hacia quien, desde hacía dos meses, no retrocedía ante ninguna afirmación falaz para sostener su mala causa… Rehusando admitir a este intruso en una discusión sobre la propiedad de las Malvinas, que estaba por encima de él y en la cual los mismos Estados Unidos no podían ser parte, el ministro argentino encerró al adversario en el incidente de la pesca ilícita, con sus consecuencias, que eran la doble intervención de Vernet y Duncan. En una argumentación muy concisa, demostró que la procedencia del primero era tan legal como arbitraria la del segundo; y esto, cualesquiera fuesen los títulos de Buenos Aires sobre las Malvinas. Pasando luego a la apreciación de los actos cometidos de una y otra parte, estableció sin dificultad que, aun en el caso mismo en que todas las irregularidades observadas en la conducta de Vernet fuesen ciertas, no eran sino pasajeras y tenían su correctivo en los inventarios levantados y en la sentencia inminente del Tribunal de Presas, en tanto que los excesos perpetrados por el comandante Duncan, significaban, en el caso de haber procedido según instrucciones superiores, un ultraje a la soberanía nacional, cometido en plena paz e indigno de un pueblo civilizado; y en el de obrar sin órdenes, un crimen pasible de consejo de guerra. El ministro rechazaba, pues, los pretendidos cargos por los que, a fin de extraviar la opinión, se intentaba invertir los papeles: el acusador era él, y el otro el acusado. El gobierno de Buenos Aires denunciaba la complicidad de un barco de guerra de los Estados Unidos en los actos ilícitos de sus connacionales y exigía una reparación del ultraje infligido a la bandera argentina, como asimismo una indemnización por los actos de piratería que habían arruinado la naciente colonia. Y terminaba la exposición con la seguridad formal de que no se tendrían en cuentas las notas pasadas por el encargado de Negocios de los Estados Unidos mientras las cuestiones previas no fuesen reglamentadas… Baylies y Slacum abandonan Buenos Aires Era un desahucio en forma, y Mr. Baylies lo tuvo por recibido. Pidió sus pasaportes y, esperándolos, trató aún de disipar la flecha del parto, que consistía en dejar la gerencia de la legación americana al antiguo cónsul Slacum; el ministro replicó, devolviendo la pelota, que el dicho Slacum no podía ser para el gobierno más que un delincuente refugiado en una legación. Baylies comprendió, al fin, que después de haber sido odioso estaba a punto de tornarse ridículo. Se embarcó el 21 de septiembre en la corbeta Warren, con el inseparable Slacum, y returned home para terminar allí en la oscuridad 16. Algunos días antes de su partida, había podido leer el decreto del 10 de septiembre, que nombraba al mayor Mestivier para el comando interino de las Islas Malvinas (hasta que el titular pudiese reasumir sus funciones) 17; se le agregaban 50 hombres con sus familias, y el bergantín de guerra Sarandí debía quedar allí fondeado. (…

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